Composición

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Kandinsky

sábado, 21 de febrero de 2015

Estrellarse contra el asfalto. Reflexiones de una adolorida.


Iba en bicicleta hacia mi casa después de un día de lectura enriquecedora en la biblioteca. Estaba satisfecha, encontré una tesis de maestría que recoge las discusiones de la etnomusicología contemporánea, fue un hallazgo académico increible. Estuve toda la tarde hasta el crepúsculo, mis ojos ardían  y mi cabeza no podía procesar tanta información, unía cabos sueltos de lecturas pasadas. Decidí irme a casa, madrugar el día siguiente para continuar con la lectura del largo documento así que salí, tomé a Azuleja y me dirigí a la portería de la calle 26, los faroles de la Ciudad Universitaria iluminaban el sendero. En la calle 26 presenté la credencial que acredita mi filiación institucional: estudiante. De ahí, hasta los momentos previos del accidente sólo conservo en  mi memoria algunos recuerdos inanimados, parece un colague, no sé diferenciar cuál  de las imágenes es del día del accidente y cuál no.
Llegaba a la av del ferrocaríl, mi ruta siempre es la misma. Tomo la calle contigüa a las residencias estudiantiles, cruzo el semáforo ubicado en la intersección de ésta con la diagonal 47 y la tomo. Un bus del  Sitp se detuvo delante mío en la estación, un carro giró a la derecha hacia el norte y yo seguí mi rumbo. De pronto, cuando voy a girar a la izquierda, siento una moto a mi lado. ¿Cómo reaccioné? no tengo idea. La otra escena que recuerdo soy yo sobre el esfalto haciendo un recorrido mental de mi cuerpo, reguntándome si tenía alguna fractura, tanteando mi cara y mis dientes. Recogen mi bicicleta  y la llevan a la orrilla del andén; yo me levanto sola, me siento al lado de la bicicleta, me quito el casco y termino de respirar. ¿Qué hacer en éste tipo de situaciones? el único número que pude recordar de memoria fue el de mi hermano. Lo llamé intentando guardar la calma. Acordé una solución con el motociclista,  no supe su nombre, las placas de su vehículo, si tenía pareja, hijos/as, nada. Los accidentes, y la muerte, están llenos de anónimos.

Ahora que leo el evento, y las diferentes reacciones que ha suscitado en  las personas más cercanas a mi, en retrospectiva me gustaría reflexionar sobre las respuestas ante un hecho como éste. Se me acusará de simplista pero los golpes en el cuerpo no son nada: raspones, hemorragias internas (morados casi verdozos) y un dolorcito por allá en una nalga tras la inyección de un desinflamatorio en el hospital. Nada, podría haber sido peor, se me exhorta. Ese es el aliciente, siempre puede ser peor y uno se ha llevado la mejor parte. Es una forma optimista de leer los acontecimientos vitales que esconde una explicación teista de las razones por las cuales no fue nada peor.  Nos preguntamos continuamente si las situaciones desafortunadas (también las afortunadas) habrían podido evitarse y en la mayoría de los casos la respuesta es afirmativa.
 Habría podido tomar otra ruta, podría haber estado leyendo en la biblioteca un poco más, hasta habría podido ir con Manuel a un evento de poesía. Sin embargo, ¿vale la pena preguntarse por ello? yo, siendo conciente de esas elaboraciones posteriores, creo que no. Por hoy digo que no me interesan las posibilidades. Los acontecimientos suceden sin permiso de la voluntad. Tampoco quiero que se me interprete como si me refiriera a un destino ineludible y, por ende, a una resignación vital. Simplemente, es un llamado a una interpretación menos apocalíptica. Si lograramos leer los acontecimientos sin ser tan ególatras y pudiéramos observar la cantidad de "variables" que interfieren allí; si superáramos esa matríz interpretativa dicotómica occidental en la que sólo hay víctimas, victimarios; héroes, villanos; princesas y "mujeres sofisticadas", dejaríamos de culpar a los otros para asumir nuestras responsabilidades individuales y colectivas. Por ejemplo, una lectura enarbolada desde el código de tránsito sobre el evento me endilgaría parte de la responsabilidad: no llevaba luces o no indiqué que giraría a la izquierda. Aunque yo diría (y aún lo sostengo así) que el motociclista no tuvo reparos en acelerar. Mi hipótesis es que el susodicho se estaba cruzando el semáforo en amarillo, si no ¿cómo explicar su decisión de acelerar cuando iba a cruzar y, girar a la izquierda? Para mi, yo tengo razón y soy la víctima y él el victimario. ¿Quién es el héroe? ¿Quién es el tirano?
Estoy simplemente viva. Me alegra poder escribir, me alegra estar acá, sólo eso.¿Agradezco? Sí. ¿se me cruzó la vida en frente? lo que atino a decir es que tuve pánico. Cuando reaccioné sobre el suelo no encontraba una explicación a lo que había sucedido. Me sentí sola pero eso no está mal,  iré aprendiendo a ser autónoma, a ser fuerte